24.7.11

Talento para pájaros.

Descubrí algo espantoso: No sé silbar.

Era algo que estaba metido en mi desde niña, una verdad inconmensurable que no podía seguir guardando en mis entrañas. No sé silbar. El fiu fiu no me sale, simplemente me es imposible truncar los labios de tal forma que el aire, al pasar por ellos, forme una especie de sonido melódico.

Lo único que logro con eso es el susurro del soplo como medida, pienso yo, que utiliza mi intento de silbido para burlase de mi poco agraciamiento sibático.

Oh, de pensar que alguien sera privado de un cumplido en forma de silbido, porque yo, no sé silbar.

Oh, de pensar que no incursionare en el lenguaje de las aves, porque yo, no sé silbar.

Todas esas piezas musicales ¿Para qué? si yo no puedo interpretarlas del modo silbico que se merecen.

____Fiu_____♪______Fiu____♫____||
__♪_____Fiu____♫_____Fiu_____♪_||
____Fiu_____♪______Fiu____♫____||:
__♪_____Fiu____♫_____Fiu_____♪_||
____Fiu_____♪______Fiu____Fiu___||

Bellas, Bellas partituras
abnegadas de mis labios.
Música primitiva, melodía de antaño.
Se de otro, se de otro,
porque ser mía, no puedes.

17.7.11


Oh, dioses del ensueño, realidad y la fantasía.
Me despido.

Adiós Teddyberto, apuntes, lecturas de-entre-teni-miento. A todos esos momentos de añoranza que me bindaron en medio de mis estragos de corta vagancia. Me vi envuelta en una bruma de tal desapego con respecto a mi labores y responsabilidades de la vida diaria, que no me queda más que agradecerles por semejante osadía..

Oh, dioses del ensueño ,la realidad y la fantasia
Me despido.

Hasta dentro de seis -cinco-  meses, queridos. 

16.7.11

Qué edad me dijo que tenia ¿23? pobre hombre, desplegándome toda su vida como un papiro egipcio del cual, yo, sólo tenia que exaltar lo más importante. ¿Qué te engaño? ¿qué acabas de ir al cine? ¿qué con ella? ¿que sólo bachillerato? ¿en serio? ¿qué trabajando? ¿qué tuviste dos perritos? ¿qué te tropezaste una vez al subir las escaleras? ¿qué te pica la nariz?

¿Qué se supone que debía decir? ¿qué no quería hablar? ¿qué solo queria leer? ¿Qué justamente cuando bajaba mi cabeza para continuar mi lectura, él decidía continuar la conversación -que no parecía conversación, sino monologo- con sus palabras disonantes que hacían que entrara en una furia interna que recorría todo mi circuito nervioso, pero que por gracia divina, podía controlar perfectamente detrás de una mueca que asemejaba a una sonrisa?

Esos momentos, son los momentos que convierto en yoyistas de existencialismo profesional, peguntándome si de verdad mi camino es la psicología. Esas dudas, precisamente, saltaban a mi mente, al notar las ganas que tenia de empujarlo del autobús para que dejara en paz la relacion con el libro y yo, esa relación imperturbable, y que últimamente, la gente ha confundido como un deber el sacarme de mi ensimismamiento, contándome pequeñas porciones de sus vidas que me veo obligada a escuchar por no sé que cosa de ética o de moral. No entiendo porqué lo hacen, es algo que me dejara en la incertidumbre, posiblemente para toda la vida, esa confidencialidad con un extraño. Me imagino que parte del hecho de que es mucho más facil confiarte a cualquiera.

Tienen toda la liberta inexcusable de relatarme hasta los más ínfimos detalles de su vida cotidiana. Que el reumatismo, qué donde queda la 2da calle, que los niños, que sus gatos, que sus perros, que el agua, que la lluvia o que el calor, que la comida en la estufa, en fin, todo un desogle -¿Se dice desogle?- de temas infinitos.

Lo que hace esto hecho preocupante, es que lo hagan mientras tengo refundida mi cara en las páginas de un libro. Pienso que he de hacer una cara bien chingona de infinita amabilidad y confiabilidad entrañables mientras leo, para que las personas se tomen la libertad de iniciar una conversación conmigo -más bien monologo-.

Sea como fuere. Empezaré a llevar un letrero que diga <<Persona leyendo, no molestar>>

Debería ser ilegal romper ese pacto del dueño con su libro.

Si no hay libro de por medio, no me quejo ¿Capichi?

***Fin.

Traducido por Irbana Mendez
Impreso en Madrid 1969

15.7.11

Hoy tengo aires de Gandhi.

         Adorenme.

"Sorry, baby. ¿Me perdonas?"


Como sabrán la tecnología se ha expandido permitiendo que nuestra forma de comunicarnos no sea sólo mucho más sencilla y rápida sino que también cómoda. ¡Pero eso, ineptos, no les da el derecho de venir a escribir un puto mensaje expresando su sorrysidad (Término avalado por mi desde ahora) y creer que cualquier disputa se ha arreglado!

Y es que de un tiempo para acá, he notado como las relaciones interpersonales solventan sus problemas con un simple mensaje. No es que yo sea una anarquista en contra del progreso y la industralización de la humanidad, pero hay que ser pendejo de verdad a lo bruto, extremo, masivo, full -*vomita*- para no darse cuenta de que eso es ridículo.


He visto como chicas y chicos caen con mensajes como:
 O:


Y también:


Y otro más:



Muestra gráfica de la cara  de
 idiota, luego de un mensaje
Me pregunto si el remitente esta viendo a los teletubies, escuchando a daddy yankee o comprobando si el papel higiénico es de doble hoja, para pensar que un mensaje arreglará el día.

Lo que creo es que si se cometió alguna falta hacia alguna persona que se cree querer (notese -"Querer"-) lo aceptable del caso es que se de la cara. Que se tenga el coraje de pedir una disculpa digna, de frente. Lo que piense el receptor sobre si la disculpa le parece verdadera o una total falacia, ya esta fuera de los limites de mi incumbencia. La estupidez de creerse una mentira puede venir en varios grados y depende de como se le presente para que tenga credibilidad.

El punto es que odio las disculpas encapsuladas en un mensaje. Me parecen una humillación saber que el precio por alguna afrenta se justifique sólo con un par de movimientos de dedos y la palabra "Enviar". Nada más ridículo.

Creo que por eso me he ganado el adjetivo calificativo de orgullosa.

Y sí, yo también cometo errores pero prefiero realizar actos de cualquier índole, excesivamente cursis para algunos, que indique que en realidad los sentimientos de determinada persona me importan.

Lo que pienso es que las máquinas nos han quitado mucho de ser humano, y como fin que busca la tecnológica, nos ha facilitado la vida. Sin embargo, pagando un precio y este es perder nuestra esencia. Sé que una de las consideraciones en la vida es permanecer en constante cambio, evolucionar pero olvidando lo que somos, no creo que logremos llegar hacia algún lugar.

5.7.11

Mentalmente insana.

Cierta vez, cuando realizaba mis recorridos callejeros diarios, para llegar a mi determinado destino notaba como, en ocasiones, los transeúntes volteaban a verme. Al principio, lo consideré normal. Como un anuncio de que mi belleza estaba floreciendo. Sentía elevarse mi autoestima entre todas esas miradas indiscretas de extraños. 

Luego, la insistencia de esas miradas, incluso de damas y niños, hacían que pensara que algo no andaba bien. Era imposible que de tantas mujeres hubiesen nacido sentimientos de envidia o admiración hacia mi o que tantos niños tuvieran excesiva curiosidad por mi notable belleza. Mi desconfianza creció. Me olvidé por completo de mis delirios manitacos de grandeza sobre mi floreciente belleza. En realidad, pensé, mi cara era parte esencial en los secretos del cosmos. Sabia que la personas al verme la cara veían el reflejo de todos los misterios del universo resueltos. Me sentí acosada, era mi cara,  no tenían el derecho de saber cosas que yo no, especialmente, de mi cara. Corrí hasta el escaparate más cercano. Tenia la sensación de en cualquier momento la CIA aparecería en un camión blindado y me secuestraria en contra de mi voluntad para hacer experimentos con mi cara.  No podía permitírselos. Me tapé la cara con mis manos y corrí, corrí, corrí. No puedo enumerar la lista de las cosas con las que posiblemente me choqué con mi intento de huida. Pero creo recordar algunas exclamaciones de dolor, otras de odio. De igual manera, llegué a un escaparte. Tenia que saber, al igual que todos, que era lo que revelaba mi cara. Quité las manos de mi rostro en un acto que parecía ceremonial. Abrí los ojos. Y lo que vi en el reflejo de mi cara, era el reflejo del horror, ninguna guerra, hambruna mundial o fin del mundo se le podía comparar, era el reflejo del horror y la vergüenza, la vergüenza de saber que mis primeras relaciones con el maquillaje no habían sido las más certeras y que, sin embargo, las había hecho públicas. 


Otros de los eventos que complementan esta teoría que tengo sobre mi insanidad mental, es que, por algún tiempo escuché voces. Voces que gritaban mi nombre y me lanzaban una serie de injurias. Luego de un largo proceso cerebral encauzado por mis neuronas y un par de improperios extras por parte de las voces, comprendí que era mi madre aclamando por mi.

Me parece que se debe estar tan mentalmente inestable, como lo estoy yo, para creer ser una  paranoica ezquizofrénica sin serlo. 

2.7.11

Por unos instantes me vi en el futuro como una rescatista de animales abandonados al salvar de  las garras del frió y la lluvia a un diminuto gato callejero. Pero ese futuro se vio frustrado por mi querida madre, al parecer, por pensamientos de que posiblemente no tendría seguridad económica al envejecer y a la influencia malévola de su novio. Ese ser pululante, que tiene una seria tendencia de llevarme la contraria sólo como acto de verme miserable. 

No pasó nada, luego de derramar baldes de lagrimas, que pueden traducirse en una forma de expresar una serie de emociones tristes y de frustración por verme impedida de actuar en contra de la crueldad materna y la de su novio cuando colocaron sin piedad a merced del sufrimiento a una criatura inocente bajo los peligros que una gran ciudad puede acarrear.
En estos momentos creo que se me rompió alguna tubería interna ya que no he parado de derramar agua salada por mis lagrimales.

Bien raro.









PD. Me he dado cuenta de que podría llegar a crear un diluvio si más gatitos bajo mi protección son abandonados a su suerte de la misma forma tan cruel como lo hicieron con el anterior. 












PD2. Dejo una carita para mostrar mi estado de animo: :''''''''''''''''(
Triste, ¿cierto?

Bitácora en una biblioteca.

Les contaré una historia, es una historia larga y llena de suspenso. Probablemente les deba advertir que no es apta para cardíacos, diabéticos o personas con sensibilidades de cualquier índole.

Todo empezó una tarde de lluvia copiosa, habia decidido, con total seguridad abordar una biblioteca para suministrar de libros mis vacaciones, mis largas, tediosas y agobiantes vacaciones producto de haber decidido no tomar un curso  por causa de mi aliciente orgullo, pero esa ya es otra historia. El punto al que está enfocada ésta, es el siguiente:

Luego de un viaje en autobús de, probablemente, dos horas llegué a la biblioteca de mi amado campus perteneciente a mi universidad. Podrán imaginar lo independiente y solemne que me sentía cuando de repente esa sensación fue truncada por la lluvia. Sin embargo, mi dignidad no se vio afectada, seguí caminando cual bicho raro entre la multitud de transeúntes que pretendían refugiarse del aguacero, ese que yo parecía disfrutar. 

Llegué a las puertas de tan notable biblioteca como sólo yo podría haber llegado: empapada. Entré, pues, con una determinación que no podía versele a cualquiera en tales casos, una determinación que, posiblemente, la ultima vez que fue vista haya sido en Napoleón, el día de la batalla de Waterloo . Fue entonces, cuando me acerqué a unos dispositivos virtuales para consultar si  los libros que yo, febrilmente, deseaba leer estaban disponibles. Debían haber visto mi profesionalismo al buscar dichosos libros, nadie hubiese creído que era mi primera vez en aquella instalación.

Los encontré. Todos disponibles. La busqueda dictaba nivel 3. Me felicité. Quise darme unas palmaditas en la espalda pero recordé que debía mantener el decoro y no parecer rara. 

Subí las escaleras. Llegué, me dije. Antes de entrar al salón donde los libros que yo deseaba se encontraban, decidí estudiar el comportamiento de las personas para agregar al mio alguna actitud necesaria y parecer instruida en el campo de las bibliotecas. ¡Bingo! Las personas parecían dejar sus cosas personales en una especie de recepción donde eran tomadas y colocadas en un anaquel para paquetes, al mismo tiempo, al dueño de esas cosas les suministraban un número. 

Me aproximé con plena naturalidad a la referida recepción. Coloqué mis cosas sobre ésta y esperé a que se hicieran cargo y me suministraran tan afamado número. Creo que en ese momento tuve alguna clase de epifanía, sed de liberar a todos esos paquetes de tan cruel etiquetado y encierro. Me pareció que era infame separar a los dueños de sus cosas. Estaba a punto de despertar en mi el ser revolucionario cuando paré en seco mis pensamientos. Normalidad y naturalidad, me recordé. Di las gracias y me retiré hacia los anaqueles donde estaban colocados los libros. 

Haciendo de confidentes a estas lineas, la verdad es que no tenia ni la más sincera idea de que debía hacer para adquirir los libros que deseaba. Entonces divisé otro dispositivo virtual a la derecha. Todos mis problemas se verían solucionados por esa computadora.  Me apresuré a llegar antes de que alguien notara mi desvariamiento. Volví a realizar la búsqueda de mis libros. Quedé en blanco. Tuve las ganas fervientes, en ese momento, de ser bibliotecaria o, que al menos, el fantasma del señor que inventó la clasificación de libros con esos números y letras se me apareciera entre le delirio y la realidad y me indicara como debía interpretarlos. Pero no sucedió. Me sentía abatida. Quería salir corriendo y olvidar que alguna vez quise unos libros de una biblioteca. Pero contuve mis impulsos. Soy un ser evolucionado, me dije, yo no caigo ante los impulsos instintivos, muchos menos a los que de huir y esconderse respecta.

Volví la cabeza hacia un lado, se leía : Devolución de libros. Muy bien, alguien ahí debe de saber algo, pensé. Me acerqué. La información que me suministraron no fue tan amplia, sólo supe que debía acercarmele a una de esas personas con escritorio que parecían estar haciendo algo y preguntar por los libros que deseaba adquirir.

Fue exactamente lo que hice, pero en el momento menos indicado con la persona incorrecta. Ya harto parecía yo una persona inexperta en el momento en el que llegué a los pies de su escritorio cuando me lanzó unas miradas fulminantes que parecían decirme inútil a los cuatro vientos. Creo que lo único que llegue a sentir en ese instante fue una gran lástima y pena por aquella señora a causa de su menopausia. 

No logro recordar bien, pero parece que en esa ocasión salió un grito de ayuda proveniente de mi pecho. No podía ser, me había mostrado vulnerable frente a ella. Me dijo que no podía ayudarme más que sólo para indicarme en que lugar estaban los libros. Supuse que era su manera de decirme que no iba a llevarme de la manita para que yo los encontrara. La asesiné mentalmente tres veces en ese momento. 

Sonreí y puse la mejor carita de perrito chiguagüeño que tenia, juro que lo hice.
Le indiqué los nombres de los libros que estaba buscando. Colocó los nombres como yo exactamente había hecho en la búsquedas anteriores y me mostró los mismos números que yo no había conseguido entender. Me indicó que uno de los libros estaba en el anaquel tres de lado izquierdo y agregó una serie de indicaciones más de los cuales, obviamente, no tuve idea. Comprendí que disfrutaba de mi ignorancia.

 Debido a que había hecho parte de la conversación sobre mi inutilidad a un grupo bibliotecario, colocado en la parte de atrás, cuando grité nerviosamente los títulos de los libros que buscaba, sabia que debía mantener una actitud digna de haber comprendido la instrucciones. Al retirarme del escritorio, les lancé una mirada. Se reían y me miraban. Supe que ya sabian que no sabia. 

Empecé mi búsqueda en el anaquel indicado por tan afable señora. No había prestado atención al número que indicaba la posición del libro por desviarla hacia el grupo que estaba atrás de mi. Debido a que no podía dar marcha atrás porque mi dignidad estaba en juego, empecé a planear como debía salir de ahí sin que notaran mi desesperación. No podía volver con las manos vacías, sería una afrenta que no iba a poder perdonarme. Decidí explorar el salón por entre los anaqueles, para que la señora afable y el grupito bibliotecario no me viesen. Buscaba, desesperadamente, otra salida. Pensé en salir por una ventana, pero oh horror, estaba demasiado alto.

Creo que fueron tantas las vueltas que di entre los anaqueles fingiendo buscar un libro, que las otras personas que hacían uso de la biblioteca me habian puesto el sobrenombre de: la niña errante.


En mi fuero imaginario interno

Decidí acabar con ese asunto. Estaba determinada a encontrar ese libro así me costara deshacerme de mi orgullo frente una persona desconocida pidiéndole ayuda. Encontré a una persona encargada de ordenar los libros entre los anaqueles. Me parece haber balbuceado algo como ''No encuentro mi libro'' con tal dolor y agonía que daba lástima. La señora tuvo que preguntar que era lo que había dicho, pienso que para confirmar si estaba frente a un alma en pena o frente a una persona de carne y hueso.

Le reiteré mi afirmación pero con un poco más de entereza. Me preguntó que cual era el número del libro. ¡Oh el dichoso y pinche número! Le dije que no lo sabia. Me sentía estupida. Me sentía idiota. Sabia muy bien que debía saber el número, ¿de que otra manera iba a encontrar mi libro? Quise contarle ahí mismo toda mi historia. Decirle que me había caído de las escaleras de pequeña, que parece que tengo una contusión cerebral y que había un grupito bibliotecario y una señora afable que atentaban contra la poca dignidad que me quedaba entre estas cuatro paredes.

Le informé que el libro se encontraba en el anaquel 3. Era toda la información que tenia.

La llevé hasta el anaquel, dijo que debiamos ir a consultar el número del libro con esa señora afable. Con la misma señora afable que estaba frente al grupito bibliotecario, ir con los originarios de mi desgracia. Me senti desvanecer. Quise llorar en ese momento, rogarle por lo que más quisiera que no hiciera nada, que se quedara ahí, inmóvil, viéndome sufrir. Pero decidí ser inteligente, algo que no había hecho hasta entonces. Le confirmé que yo me encargaba de buscar el número del libro pero luego de hojear unos interesantes títulos que había visto. Ignoro lo que dijo en contestación a eso. Yo tenia la mirada puesta en los libros como lunática. Creo que estaba en estado de shock.

Seguidamente, agarré dos libros que parecian interesantes y que en caso de emergencia, si no encontraba los otros que buscaba, podía solicitar para llevar y despistar toda evidencia de inutilidad y estupidez en mi. Creo que eran tratados filosoficos sobre el existencialismo. No lo sé. No me importo. En ese momento, sólo pensaba en que mi farsa funcionara.

La farsa
Volví hacia donde todos los precursores de mi sufrimiento estaban ubicados. Me pareció escuchar una especie de alabanza por parte del grupito al ver que llevaba unos libros entre mis manos. No era paranoia pensé. Me ubiqué en el dispositivo virtual como toda una experta, de nuevo, a buscar los libros faltantes. Memoricé los números. No tenia un lapicero. Al levantarme para consultar la ubicación de esos libros a tal señora afable y llevar a cabo mi venganza de saberme conocedora, no la vi en su puesto. Supongo que se vio defraudada al ver que yo regresaba con libros, luego de mi búsqueda y deicidio refugiarse en el baño.

Entonces vi que se acercaba una señora ofreciéndome su ayuda. Hasta el momento sigo pensando que fue alguna enviada del cielo que pretendía frenar mi desesperación. Quise besarla, hacerle altares, monumentos, llorar y contarle mi sufrimiento, mientras me preparaba una taza de chocolate y me daba galletitas. Pero supe que no habia tiempo para eso, debia completar mi misión. Le referí los libros que buscaba, le recité los números de memoria, sé que lo hice para demostrarle, a ella, habilidades y facultades que no cualquiera tiene la gracia de ver. No pareció inmutarse, los confirmó y eran correctos. Fuimos, pues, en busca de mis libros. Los encontramos. En mi, no podia contenerse el agradecimiento infinito que sentía por esa señora. Quise quedarme ahi, y cuidarla hasta su vejez, pero había que continuar.

Me dijo que para adquirirlos debía dirigirme con la señora afable. El momento de la venganza habia llegado. Le iba a mostrar a esa señora lo capaz que era para buscar libros sin su ayuda. Al momento de llegar, se sonrió. Sé que fue alguna clase de mueca burlona diciéndome : ya era hora. Obvié eso. Le entregué los libros. Me pidió una identificación. ¿¡mi carné!? ¡En la bolsa! Se lo dije.  Oh, crueles desgracias, le di otra oportunidad para que me lanzara una de esas miradas fulminantes que me mostraban lo estúpida que era. Corrí a adquirir mi carné de dentro de mi bolsa, se la devolví al encargado junto con el número que identificaba a mi bolsa  (grave error) Debia volver adentro. Me ufane, con mi carné, de ser universitaria. Ella actuó como si no le importara. Adquirí los libros, fui feliz. Salí a recuperar mi bolsa. Un poco más y seria libre. Pero el cruel destino tenia otra amenaza preparada en contra mía. Le pedí mi bolsa al encargado, me pidió el número, le dije que se lo había devuelto junto con la bolsa pero le confirmé el número del confinamiento en el que estaba mi bolsa. En efecto, tenia razón. Allí estaba.

 Pero eso no le basto, quiso asegurarse preguntándome que era lo que contenía mi bolsa. ¡Por dios! no más, me dije. Como pretendía que luego de la osadía que había pasado tuviera cabeza para pensar en lo que había traído junto conmigo dentro de mi bolsa. Pues empecé, y cada que mencionaba un articulo su pregunta era ¿Que más? ¿que más? ¿Que más?. Quería morirme o asesinar. Quería que esa tortura terminara, parara. Quería salir ya de allí. Creo que al notar tal desesperación, el encargado se compadeció y me brindó mi bolsa. Se la arranqué de las manos sin piedad y salí corriendo y gritando con efusiva alegría lo feliz que era por ser, al fin, libre. Naturalidad y normalidad, a la mierda.