2.7.11

Bitácora en una biblioteca.

Les contaré una historia, es una historia larga y llena de suspenso. Probablemente les deba advertir que no es apta para cardíacos, diabéticos o personas con sensibilidades de cualquier índole.

Todo empezó una tarde de lluvia copiosa, habia decidido, con total seguridad abordar una biblioteca para suministrar de libros mis vacaciones, mis largas, tediosas y agobiantes vacaciones producto de haber decidido no tomar un curso  por causa de mi aliciente orgullo, pero esa ya es otra historia. El punto al que está enfocada ésta, es el siguiente:

Luego de un viaje en autobús de, probablemente, dos horas llegué a la biblioteca de mi amado campus perteneciente a mi universidad. Podrán imaginar lo independiente y solemne que me sentía cuando de repente esa sensación fue truncada por la lluvia. Sin embargo, mi dignidad no se vio afectada, seguí caminando cual bicho raro entre la multitud de transeúntes que pretendían refugiarse del aguacero, ese que yo parecía disfrutar. 

Llegué a las puertas de tan notable biblioteca como sólo yo podría haber llegado: empapada. Entré, pues, con una determinación que no podía versele a cualquiera en tales casos, una determinación que, posiblemente, la ultima vez que fue vista haya sido en Napoleón, el día de la batalla de Waterloo . Fue entonces, cuando me acerqué a unos dispositivos virtuales para consultar si  los libros que yo, febrilmente, deseaba leer estaban disponibles. Debían haber visto mi profesionalismo al buscar dichosos libros, nadie hubiese creído que era mi primera vez en aquella instalación.

Los encontré. Todos disponibles. La busqueda dictaba nivel 3. Me felicité. Quise darme unas palmaditas en la espalda pero recordé que debía mantener el decoro y no parecer rara. 

Subí las escaleras. Llegué, me dije. Antes de entrar al salón donde los libros que yo deseaba se encontraban, decidí estudiar el comportamiento de las personas para agregar al mio alguna actitud necesaria y parecer instruida en el campo de las bibliotecas. ¡Bingo! Las personas parecían dejar sus cosas personales en una especie de recepción donde eran tomadas y colocadas en un anaquel para paquetes, al mismo tiempo, al dueño de esas cosas les suministraban un número. 

Me aproximé con plena naturalidad a la referida recepción. Coloqué mis cosas sobre ésta y esperé a que se hicieran cargo y me suministraran tan afamado número. Creo que en ese momento tuve alguna clase de epifanía, sed de liberar a todos esos paquetes de tan cruel etiquetado y encierro. Me pareció que era infame separar a los dueños de sus cosas. Estaba a punto de despertar en mi el ser revolucionario cuando paré en seco mis pensamientos. Normalidad y naturalidad, me recordé. Di las gracias y me retiré hacia los anaqueles donde estaban colocados los libros. 

Haciendo de confidentes a estas lineas, la verdad es que no tenia ni la más sincera idea de que debía hacer para adquirir los libros que deseaba. Entonces divisé otro dispositivo virtual a la derecha. Todos mis problemas se verían solucionados por esa computadora.  Me apresuré a llegar antes de que alguien notara mi desvariamiento. Volví a realizar la búsqueda de mis libros. Quedé en blanco. Tuve las ganas fervientes, en ese momento, de ser bibliotecaria o, que al menos, el fantasma del señor que inventó la clasificación de libros con esos números y letras se me apareciera entre le delirio y la realidad y me indicara como debía interpretarlos. Pero no sucedió. Me sentía abatida. Quería salir corriendo y olvidar que alguna vez quise unos libros de una biblioteca. Pero contuve mis impulsos. Soy un ser evolucionado, me dije, yo no caigo ante los impulsos instintivos, muchos menos a los que de huir y esconderse respecta.

Volví la cabeza hacia un lado, se leía : Devolución de libros. Muy bien, alguien ahí debe de saber algo, pensé. Me acerqué. La información que me suministraron no fue tan amplia, sólo supe que debía acercarmele a una de esas personas con escritorio que parecían estar haciendo algo y preguntar por los libros que deseaba adquirir.

Fue exactamente lo que hice, pero en el momento menos indicado con la persona incorrecta. Ya harto parecía yo una persona inexperta en el momento en el que llegué a los pies de su escritorio cuando me lanzó unas miradas fulminantes que parecían decirme inútil a los cuatro vientos. Creo que lo único que llegue a sentir en ese instante fue una gran lástima y pena por aquella señora a causa de su menopausia. 

No logro recordar bien, pero parece que en esa ocasión salió un grito de ayuda proveniente de mi pecho. No podía ser, me había mostrado vulnerable frente a ella. Me dijo que no podía ayudarme más que sólo para indicarme en que lugar estaban los libros. Supuse que era su manera de decirme que no iba a llevarme de la manita para que yo los encontrara. La asesiné mentalmente tres veces en ese momento. 

Sonreí y puse la mejor carita de perrito chiguagüeño que tenia, juro que lo hice.
Le indiqué los nombres de los libros que estaba buscando. Colocó los nombres como yo exactamente había hecho en la búsquedas anteriores y me mostró los mismos números que yo no había conseguido entender. Me indicó que uno de los libros estaba en el anaquel tres de lado izquierdo y agregó una serie de indicaciones más de los cuales, obviamente, no tuve idea. Comprendí que disfrutaba de mi ignorancia.

 Debido a que había hecho parte de la conversación sobre mi inutilidad a un grupo bibliotecario, colocado en la parte de atrás, cuando grité nerviosamente los títulos de los libros que buscaba, sabia que debía mantener una actitud digna de haber comprendido la instrucciones. Al retirarme del escritorio, les lancé una mirada. Se reían y me miraban. Supe que ya sabian que no sabia. 

Empecé mi búsqueda en el anaquel indicado por tan afable señora. No había prestado atención al número que indicaba la posición del libro por desviarla hacia el grupo que estaba atrás de mi. Debido a que no podía dar marcha atrás porque mi dignidad estaba en juego, empecé a planear como debía salir de ahí sin que notaran mi desesperación. No podía volver con las manos vacías, sería una afrenta que no iba a poder perdonarme. Decidí explorar el salón por entre los anaqueles, para que la señora afable y el grupito bibliotecario no me viesen. Buscaba, desesperadamente, otra salida. Pensé en salir por una ventana, pero oh horror, estaba demasiado alto.

Creo que fueron tantas las vueltas que di entre los anaqueles fingiendo buscar un libro, que las otras personas que hacían uso de la biblioteca me habian puesto el sobrenombre de: la niña errante.


En mi fuero imaginario interno

Decidí acabar con ese asunto. Estaba determinada a encontrar ese libro así me costara deshacerme de mi orgullo frente una persona desconocida pidiéndole ayuda. Encontré a una persona encargada de ordenar los libros entre los anaqueles. Me parece haber balbuceado algo como ''No encuentro mi libro'' con tal dolor y agonía que daba lástima. La señora tuvo que preguntar que era lo que había dicho, pienso que para confirmar si estaba frente a un alma en pena o frente a una persona de carne y hueso.

Le reiteré mi afirmación pero con un poco más de entereza. Me preguntó que cual era el número del libro. ¡Oh el dichoso y pinche número! Le dije que no lo sabia. Me sentía estupida. Me sentía idiota. Sabia muy bien que debía saber el número, ¿de que otra manera iba a encontrar mi libro? Quise contarle ahí mismo toda mi historia. Decirle que me había caído de las escaleras de pequeña, que parece que tengo una contusión cerebral y que había un grupito bibliotecario y una señora afable que atentaban contra la poca dignidad que me quedaba entre estas cuatro paredes.

Le informé que el libro se encontraba en el anaquel 3. Era toda la información que tenia.

La llevé hasta el anaquel, dijo que debiamos ir a consultar el número del libro con esa señora afable. Con la misma señora afable que estaba frente al grupito bibliotecario, ir con los originarios de mi desgracia. Me senti desvanecer. Quise llorar en ese momento, rogarle por lo que más quisiera que no hiciera nada, que se quedara ahí, inmóvil, viéndome sufrir. Pero decidí ser inteligente, algo que no había hecho hasta entonces. Le confirmé que yo me encargaba de buscar el número del libro pero luego de hojear unos interesantes títulos que había visto. Ignoro lo que dijo en contestación a eso. Yo tenia la mirada puesta en los libros como lunática. Creo que estaba en estado de shock.

Seguidamente, agarré dos libros que parecian interesantes y que en caso de emergencia, si no encontraba los otros que buscaba, podía solicitar para llevar y despistar toda evidencia de inutilidad y estupidez en mi. Creo que eran tratados filosoficos sobre el existencialismo. No lo sé. No me importo. En ese momento, sólo pensaba en que mi farsa funcionara.

La farsa
Volví hacia donde todos los precursores de mi sufrimiento estaban ubicados. Me pareció escuchar una especie de alabanza por parte del grupito al ver que llevaba unos libros entre mis manos. No era paranoia pensé. Me ubiqué en el dispositivo virtual como toda una experta, de nuevo, a buscar los libros faltantes. Memoricé los números. No tenia un lapicero. Al levantarme para consultar la ubicación de esos libros a tal señora afable y llevar a cabo mi venganza de saberme conocedora, no la vi en su puesto. Supongo que se vio defraudada al ver que yo regresaba con libros, luego de mi búsqueda y deicidio refugiarse en el baño.

Entonces vi que se acercaba una señora ofreciéndome su ayuda. Hasta el momento sigo pensando que fue alguna enviada del cielo que pretendía frenar mi desesperación. Quise besarla, hacerle altares, monumentos, llorar y contarle mi sufrimiento, mientras me preparaba una taza de chocolate y me daba galletitas. Pero supe que no habia tiempo para eso, debia completar mi misión. Le referí los libros que buscaba, le recité los números de memoria, sé que lo hice para demostrarle, a ella, habilidades y facultades que no cualquiera tiene la gracia de ver. No pareció inmutarse, los confirmó y eran correctos. Fuimos, pues, en busca de mis libros. Los encontramos. En mi, no podia contenerse el agradecimiento infinito que sentía por esa señora. Quise quedarme ahi, y cuidarla hasta su vejez, pero había que continuar.

Me dijo que para adquirirlos debía dirigirme con la señora afable. El momento de la venganza habia llegado. Le iba a mostrar a esa señora lo capaz que era para buscar libros sin su ayuda. Al momento de llegar, se sonrió. Sé que fue alguna clase de mueca burlona diciéndome : ya era hora. Obvié eso. Le entregué los libros. Me pidió una identificación. ¿¡mi carné!? ¡En la bolsa! Se lo dije.  Oh, crueles desgracias, le di otra oportunidad para que me lanzara una de esas miradas fulminantes que me mostraban lo estúpida que era. Corrí a adquirir mi carné de dentro de mi bolsa, se la devolví al encargado junto con el número que identificaba a mi bolsa  (grave error) Debia volver adentro. Me ufane, con mi carné, de ser universitaria. Ella actuó como si no le importara. Adquirí los libros, fui feliz. Salí a recuperar mi bolsa. Un poco más y seria libre. Pero el cruel destino tenia otra amenaza preparada en contra mía. Le pedí mi bolsa al encargado, me pidió el número, le dije que se lo había devuelto junto con la bolsa pero le confirmé el número del confinamiento en el que estaba mi bolsa. En efecto, tenia razón. Allí estaba.

 Pero eso no le basto, quiso asegurarse preguntándome que era lo que contenía mi bolsa. ¡Por dios! no más, me dije. Como pretendía que luego de la osadía que había pasado tuviera cabeza para pensar en lo que había traído junto conmigo dentro de mi bolsa. Pues empecé, y cada que mencionaba un articulo su pregunta era ¿Que más? ¿que más? ¿Que más?. Quería morirme o asesinar. Quería que esa tortura terminara, parara. Quería salir ya de allí. Creo que al notar tal desesperación, el encargado se compadeció y me brindó mi bolsa. Se la arranqué de las manos sin piedad y salí corriendo y gritando con efusiva alegría lo feliz que era por ser, al fin, libre. Naturalidad y normalidad, a la mierda.