27.5.12

Las cartas están puestas sobre la mesa, y...

Se ve una puerta... una puerta cristalizada con claras de huevos y un olor particularmente agrio mientras alconchonaditos papeles higiénicos con divertidos motivos de cachorros cubren y se deslizan a través de la puerta que pone un número 42 en su parte superior. A todo esto le sigue las lozanas risas de niños, producto de su divertida actividad, más recreativa que maloliente, haciendo coro junto con el canto de los pájaros que salen a regodearse con los fulgurantes rayos solares.

Pero, en un acto que muestra desesperación y desgano, la mencionada puerta que hace gala de claras de huevo y su número 42 cubierto con utilería higiénica de servicio sanitario doble hoja es abierta. Y es posible, entonces, escuchar una serie de gruñidos semejantes a un motor de 700 caballos de fuerza, una serie de improperios penetrantes y chirridos denticulares.  Y es cuando una hilera de cuadrúpedos pertenecientes a la familia felis silvestris catus corren por entre la rendija de la puerta a medio abrir para agazaparse de los desperdicios de una posible travesura, mientras de entre el umbral de la puerta se logra divisar una figura de baja estatura, encorvada, apoyada en un desgastado bastón acercándose cada vez más a la algarabía con pasos pesados y arrastrando, en cada uno, sus fulgurantes pantuflas fucsias. Su cabellera luce las luces de la vejez mientras toda ella está envuelta en una suave bata que parece más estorbarle que entusiasmarle, y durante la descripción anterior, el espécimen ha abierto la boca, una vez más,  en un acto defensivo para infundir miedo y agregar injurias alusivas a una mala vida materna y a composiciones orgánicas desechables además de elementos reproductivos masculinos, incluyendo en cada uno adjetivos demostrativos. Con todo eso levanta reiteradamente el bastón de desgastada revestidura acompañando el repertorio de atribuciones soeces en un acto gesticular. Ésto lo realiza entretanto los niños se alejan envueltos en carcajadas conjuntas y un corito de notable falta de afinación resumido toscamente de este manera: La vieja cascarrabias, sola, cuarentona y con ochenta gatos del 42.

En eso, la asistencia medica protagonizada por una enfermera joven, uniformada, gentil y comprensiva se acerca al espécimen correspondiente que no deja de injuriar y la toma por los hombres, señalando el umbral de la puerta mientras, guiándola, le murmura unas palabras de aliento de señora, señora Llomauri, que un paso más, vamos otro más y además a que sí pude conquistar ese plato de papilla que le espera... 

25.5.12

Por el gusto que me proporciona, he pensado dejar espacio para lo incierto. Así que he decidido habilitar los comentarios. Aún cuando mi producción de posts sea nula.

La única razón de todo es que el cero es un número que me obsesiona de lo lindo.
Entiéndase:  la nulanidad, la sustancialidad de la nada.

18.5.12

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Arruino monos títulos con menudos contenidos de mierda. Cosas que catalogo como las trivialidades importantes de una vida absurda e integrados. Suena bonito porque así ahorro lloriqueo y pociones fetales. La economía, sobresale.

17.5.12

Psychotic psychologist.

Mi imaginación perturbada se imagina al Tiempo como alguien/algo con un gran anaquel, encargándose de que las cosas ahí colocadas se alineen perfectamente, tal y como deben alinearse las cosas para causar una buena impresión de un anaquel. Ya, hasta este punto creo comprender al tiempo como alguien/algo con visos de diseñador de interiores.

Pues bien, las decisiones no claras toman consistencias. Y para mí, el hecho de seguir una profesión donde la base fundamental se basa en la interacción interpersonal o grupal cuando viene siendo una de las cosas que poco se me da soportar, tiene su respuesta en el interés que el padecimiento y/o sufrimiento humano suscita en mí. Y es ahí y es entonces, cuando el tiempo me reserva un lugar en su anaquel de decisiones equilibradas pero no mentalmente estables. Sin embargo, esto reduce al mínimo mi disonancia cognitiva (ver Wikipedia) cuando comprendo y soy consciente de que sigo un impulso de curiosidad, digno de cualquier científico de categoría. O bien, un impulso enfermo de complacerme con el padecimiento ajeno. 

Siempre ambigua. Y próximamente, engrosando la lista de desempleados y psicóticos.