16.7.11

Qué edad me dijo que tenia ¿23? pobre hombre, desplegándome toda su vida como un papiro egipcio del cual, yo, sólo tenia que exaltar lo más importante. ¿Qué te engaño? ¿qué acabas de ir al cine? ¿qué con ella? ¿que sólo bachillerato? ¿en serio? ¿qué trabajando? ¿qué tuviste dos perritos? ¿qué te tropezaste una vez al subir las escaleras? ¿qué te pica la nariz?

¿Qué se supone que debía decir? ¿qué no quería hablar? ¿qué solo queria leer? ¿Qué justamente cuando bajaba mi cabeza para continuar mi lectura, él decidía continuar la conversación -que no parecía conversación, sino monologo- con sus palabras disonantes que hacían que entrara en una furia interna que recorría todo mi circuito nervioso, pero que por gracia divina, podía controlar perfectamente detrás de una mueca que asemejaba a una sonrisa?

Esos momentos, son los momentos que convierto en yoyistas de existencialismo profesional, peguntándome si de verdad mi camino es la psicología. Esas dudas, precisamente, saltaban a mi mente, al notar las ganas que tenia de empujarlo del autobús para que dejara en paz la relacion con el libro y yo, esa relación imperturbable, y que últimamente, la gente ha confundido como un deber el sacarme de mi ensimismamiento, contándome pequeñas porciones de sus vidas que me veo obligada a escuchar por no sé que cosa de ética o de moral. No entiendo porqué lo hacen, es algo que me dejara en la incertidumbre, posiblemente para toda la vida, esa confidencialidad con un extraño. Me imagino que parte del hecho de que es mucho más facil confiarte a cualquiera.

Tienen toda la liberta inexcusable de relatarme hasta los más ínfimos detalles de su vida cotidiana. Que el reumatismo, qué donde queda la 2da calle, que los niños, que sus gatos, que sus perros, que el agua, que la lluvia o que el calor, que la comida en la estufa, en fin, todo un desogle -¿Se dice desogle?- de temas infinitos.

Lo que hace esto hecho preocupante, es que lo hagan mientras tengo refundida mi cara en las páginas de un libro. Pienso que he de hacer una cara bien chingona de infinita amabilidad y confiabilidad entrañables mientras leo, para que las personas se tomen la libertad de iniciar una conversación conmigo -más bien monologo-.

Sea como fuere. Empezaré a llevar un letrero que diga <<Persona leyendo, no molestar>>

Debería ser ilegal romper ese pacto del dueño con su libro.

Si no hay libro de por medio, no me quejo ¿Capichi?

***Fin.

Traducido por Irbana Mendez
Impreso en Madrid 1969